a través de esos ojos sin malicia
que avergüenzan a mi mirada humana?
¿Quién te mueve, quién te impulsa, quién te habita?
¿Quién se irá de ti cuando te mueras?
¿Llevando qué experiencias, qué misterios?
¿Para qué simple o profundo aprendizaje
gozas y sufres silenciosamente?
Tal vez sea Dios el que te necesita
para jadear, retozar y acoplarse,
jugar y desangrarse a través tuyo.
Animal, tú que observas este mundo
sin interpretaciones ni prejuicios:
¿Qué realidad es la real?
¿La que percibes con tus sentidos,
o la que mi intelecto juzga cierta?
Tú cumples bien con tu breve destino:
ves cuando miras, oyes cuando escuchas,
estás presente con toda tu esencia.
Tú no te jactas de espiritualidades.
No pretendes ser: eres el que eres.
Apiádate, animal, de mi ignorancia:
tú que vibras a pleno y que te exaltas,
enséñame el secreto de la Vida:
a entregarme con tu misma inocencia
para que Dios me encuentre disponible.
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